El vampiro de Santa Cruz

Titular en el periódico El Noroeste el 24 de abril de 1917

Hace algo más de un siglo ya, cuando un vecino de Santa Cruz saltaba tristemente a la fama periodística, al ser el autor de un crimen de los calificados como horrendos, en Avilés, y que sería recordado como el vampiro de Santa Cruz o de Avilés según se mire su lugar de procedencia o el lugar del crimen, una historia que personas mayores de la parroquia me reconocían que se la contaban sus padres de niños, y a la que nunca hicieron mucho caso al pensar que se trataba de una historia inventada por ellos con el fin de meterles miedo, pero que en realidad nunca había ocurrido algo así.

Como la realidad siempre se empeña en superar a la ficción y a la imaginación de los humanos, la historia resultaba ser cierta. Fue en 1917 cuando el suceso saltó a las páginas de los periódicos con motivo del juicio al que se enfrentó Ramón Cuervo (1891-1917), de mote Ramón de Paulo, por el asesinato en Avilés del niño, Manuel Torres Rodríguez, en Avilés, para luego beber su sangre con el fin de poner fin a una enfermedad, tuberculosis pulmonar, con la que había regresado de su estancia en la isla caribeña de Cuba.

Ramón Cuervo.

Los testimonios en su contra en el juicio, empezaron pro los de un droguero avilesino, que le vendió un frasco de cloroformo, y el de un joven de la calle Galiana, José Rodríguez, de mote Carolo, a quien Ramón había convencido de que lo acompañara a un descampado, y al que dejó marchar al considerar que el chaval «estaba algo raquítico, después de preguntarle si se hallaba enfermo», como se recoge en la información del periódico gijonés.

Sin embargo, el testimonio de mayor peso sería el de la vecina de Grandiella, María Martínez, quien aseguró haber visto al acusado irse con la víctima camino de un monte cercano, y regresar en solitario. La exhaustiva investigación policial, llevó al análisis de la materia fecal del acusado, a cargo del químico Juan Álvarez Casariego y el doctor Covián, quienes concluyeron la presencia de sangre en la misma. En ese punto de la investigación, el acusado seguía negando haber cometido crimen alguno.

Detalle del artículo aparecido en El Noroeste el 24 de abril de 1917.

De nuevo interpelado por el juez Eduardo Prada, el acusado terminó reconociendo que había utilizado una ampolla de cloroformo, con el niño Manuel Torres, a quien había localizado en la zona de La Magdalena y al que llevó con engaños al «monte Arabuya, en donde le aplicó el cloroformo, y después de efectuado, con un cortaplumas que le ocupó el Juzgado, le hizo una ó dos heridas en la yugular, donde aspiró la sangre que brotaba», nos cuenta El Noroeste.

Realizada la fechoría, regresó a la pensión en la que se alojaba para, a la mañana siguiente, salir en dirección a su casa de Santa Cruz, donde fue detenido. Durante el interrogatorio, reconoció que el motivo de su acto criminal había sido la creencia «de que con ello recobraría su salud, y que tal consejo se lo diera un negro de Sagua la Grande (Cuba)».

El Noroeste, 24 de abril de 1917.

En Santa Cruz siempre quedó la duda de si su convecino habría tenido algo que ver en la desaparición de una niña de la parroquia, acontecida unos dos años antes y vecina de la casa de Ramón, una desaparición coincidente en el tiempo con el regreso, ya enfermo, del emigrante de la isla caribeña. Unos rumores a los que desde El Noroeste «no dábamos eco atribuyéndolos á fantasías populares, pero estas van adquiriendo cuerpo, los sacamos á la luz por ser del dominio público y habérsenos asegurado que la autoridad tiene conocimiento de ello y se propone hacer indagaciones para ponerlo en claro».

También Ramón Rayón hará mención al suceso en su periódico artículo que enviaba a la Revista Asturias. En este caso para dar respuesta al corresponsal del periódico ovetense El Carbayón, quien habría insistido en «que el asesino es de Llanera y que en Avilés no hay gente de esa calaña, diré que aquí tampoco existe», y no dudaba en definir a Ramón como «una aberración de la naturaleza».

Revista Asturias, 10 de junio de 1917.

En el mes de abril permanecía en la prisión avilesa, hasta que en mayo un juez decreta su traslado a la prisión de Oviedo y ahí se pierde la pista de Ramón Cuervo. Hay quien afirma que murió en prisión y quien dice que saltó del carro en el que era trasladado a prisión.

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