Una ganadería de 500 animales para Villabona

Ayer mismo veía en los informativos la notica de que una empresa navarra proyecta la construcción en el municipio soriano de Noviercas, de una granja con capacidad para 23.000 vacas de producción lechera que prevé ocupar una extensión de algo así como 1.000 campos de fútbol ni más ni menos. El alcalde totalmente favorable a la instalación en un municipio ejemplo de la España que se nos está vaciando, y otros colectivos en contra por el riesgo que supone para el medio ambiente la producción de purines de una explotación de ese tipo y el enorme consumo de agua que va a traer consigo. En contraposición hablaban ayer de más de 100 puestos de trabajo.

Esa noticia me hizo recordar otra aparecida en la Revista Asturias allá por el año 1916, casi nada, que hablaba del interés del marqués de Argüelles por instalar en Villabona una ganadería para 500 reses también dedicadas a la producción lechera, que iría acompañada de una fábrica de productos lácteos. Sin duda, la proximidad a la estación ferroviaria era un atractivo para poder poner en el mercado el producto con facilidad.

Cuando el secretario del juzgado de Posada, Ramón Rayón, publica esa información en la revista el 1 de noviembre de 1916, da como hecho cierto que el marqués tiene arrendado el coto de Villabona para instalar allí a las reses, de hecho, ya parece que había 200 pastando por allí, un número que, sin duda, debía de parecerles tan fantástico a los vecinos de un concejo donde el ganadero que tenía 4 vacas era algo excepcional, como hoy nos parecen las 23.000 de Noviercas.

No sólo parece que al menos 200 de las 500 previstas, ya habían llegado a sus pastos, sino que el marqués había adquirido «cincuenta varas de yerba a razón de peseta la arroba», y añade que «según me informaron va a construir una una fábrica de productos lácteos y como el Marqués nada se le pone por delante, a causa de que tiene mucho dinero, será desde luego, un hecho la anterior noticia.»

Hasta el momento, no he encontrado más información al respecto, lo que me hace sospechar que la iniciativa no tuvo mayor recorrido y que todo se quedó en buenas intenciones.

En el resto de la noticia, el cronista señala la buena cosecha de trigo, la de maíz tenía buena pinta y la de hierba también había sido importante, mientras que los precios, guerra mundial mediante, estaban disparados y lo sueldos, como dice irónicamente, «mantienen la más estricta neutralidad», mientras el vecino de Santa Rosa, José Prado, lamentaba el robo de un cobertor, 17 sábanas, dos pares de botas, 20 camisas, un traje de caballero, 6 fundas de almohada y una capa de cristianar.

Revista Asturias, 1 de noviembre de 1916.

Iglesia de san Martín de Cayés

La parroquial de Cayés en una imagen del año 1917.

El aspecto actual de la iglesia parroquial de Cayés, dedicada a San Martín, lo debe todo a los años finales de la década de los años 20 del siglo pasado, cuando el párroco Manuel M. Antuña puso su empeño y dedicación a mejorar tanto el edificio como el cementerio anexo, dándole un nuevo aspecto a la construcción, tal y como podemos apreciar fijándonos en las dos fotografías con las que abro este artículo.

La iglesia en una imagen tomada por el autor en 2005.

Antes de eso, la primera noticia relacionada con este templo que localizamos en la prensa, concretamente en el periódico La Época el 28 de febrero de 1850, es la del nombramiento De Francisco Álvarez Nava como párroco de Cayés, iglesia que en 1866 recibirá la ingrata visita de los ladrones, quienes se llevaron las joyas de la iglesia, sin que la noticia aparecida en el rotativo La Esperanza el 1 de octubre de ese año, de más detalles al respecto.

La prensa será la fuente de información fundamental para seguir las sucesivas obras llevadas a cabo en la parroquial, con un primer punto de atención en el año 1915, en el cual sabemos, gracias a la Revista Asturias, que están próximas a su finalización las obras en el templo, sin que se nos proporcione información adicional, así que no podemos saber el alcance de las mismas.

Revista Asturias, 20 de junio de 1915.

Las obras más en serio parece que dieron comienzo, o al menos esa era la intención, en el año 1923, cuando el corresponsal de La Voz de Asturias, informa de la realización de «obras de alguna importancia en la iglesia parroquial de Cayés, a fin de dar cumplimiento a una cláusula testamentaria de D. Juan Álvarez Quintanal», obras a las que también contribuirán los vecinos de la parroquia con el fin de «dar más amplitud a dichas obras con lo que ganará mucho en esbeltez».

La Voz de Asturias, 2 de septiembre de 1923.

Será el diario Región el 29 de enero de 1931, quien nos dejará un listado detallado de las obras llevadas a cabo bajo la dirección del párroco Antuña, durante el quinquenio anterior. Obras que habían dado comienzo en 1925 dotando a la iglesia de un nuevo presbiterio, obra que superó ligeramente las 5.700 pts de la época, de las cuales 2.000 salieron del testamento de Juan Álvarez Quintanal, y el propio párroco aportará poco más de 2.800 pts. El resto del dinero se obtuvo por medio de limosnas y aportaciones de particulares

La Fábrica de Explosivos facilitó la madera para el techo, la bóveda, ventanas, puerta y andamios, además de pagar al carpintero. Por su parte, Cerámicas Guisasola aportó todo el ladrillo necesario y corrió con los gastos del decorado interior del nuevo presbiterio.

Cuatro años después, en 1929, se concluyeron las obras del cementerio, iniciadas un año antes, por un importe de 3.149,99 pts., sufragadas con el aporte de 50 pts por parte de cada vecino que tuviera una sepultura en propiedad en el campo santo, entre los que se encontraba Cerámicas Guisasola al adquirir una decena de sepulturas, además de aportar el ladrillo y la teja para el depósito de cadáveres y el adorno del montante del muro de cierre. El terreno para hacer la ampliación, se obtuvo por medio de una donación realizada por la esposa de Javier Cavanilles.

La Voz de Asturias, 21 de marzo de 1928.

El 16 de septiembre de 1929 se dio inicio a la obra de la torre de ladrillo y cemento, que vio su finalización el 12 de mayo de 1930, completada con la adquisición de una campana de media tonelada de peso, obras en las que de nuevo la implicación de la fábrica de Coruño fue determinante, cediendo la madera para el andamiaje, y los elementos necesarios para elevar la campana a su ubicación definitiva, junto con la colocación del pararrayos. Por su parte, Guisasola aportó otra vez ladrillos y 9.634,61 pts necesarias para cumplir con el presupuesto de la obra.

La Voz de Asturias, 29 de diciembre de 1929.

El 20 de junio de 1930 las obras del campanario fueron finalizadas. Sin embargo, la actividad constructiva del párroco no se detuvo ahí, sino que procedió a la compra de dos días de bueyes de terreno, con el fin de dotar a la iglesia de un campo que le diera más prestancia al edificio. Un campo delimitado con un muro en el que se abrió una zona de entrada, y cuyo coste total, cifrado en 3.008,20 pts salieron, según el diario Región, del propio bolsillo del párroco.

Aspecto actual de la torre campanario de la iglesia de Cayés. Foto del autor.

Item más. en diciembre de ese año finalizaron las obras del camino que unía la iglesia con la casa parroquial, de nuevo gracias a la inestimable ayuda de la Fábrica de Explosivos, que proporcionó la pólvora necesaria y el material para el firme, que fue transportado por los vecinos del barrio de Campiello, en sus carros. La cantidad económica de 966,50 pts restante, de nuevo fue aportada por el sacerdote.

Región, 18 de junio de 1931.

En agosto de ese año, se estaban culminando las obras de la nueva capilla del Santo Cristo con la que se dotó al templo, así como la ampliación de la sacristía, que culminarían una remodelación total del templo que habían costado más de 20.000 pts de la época, en total.

Imagen de la iglesia con el tejado colapsado en diciembre de 2003. Foto del autor.

Ya en el siglo XXI, concretamente en diciembre de 2003, la estructura de buena parte de la techumbre no aguantó más y se produjo un hundimiento, afortunadamente, en un momento en el que no había ninguna persona en su interior, que obligó a trasladar el culto durante un largo periodo de tiempo hasta que se puedo solucionar el problema y volver a abrirla al culto.

Noticias publicada en el diario Región el 29 de enero de 1931, resumiendo las obras realizadas en la iglesia parroquial de Cayés durante los cinco años anteriores.

En Villabona se mascó la tragedia

Revista Asturias, 22 de junio de 1919

La imagen que presenta hoy en día Villabona dista mucho de la que se podía ver prácticamente hasta los años 70 del siglo XX. Y es que desde que se pusieran en marcha las minas de carbón y se construyera la estación ferroviaria, con conexiones hacia Gijón primero y hacia San Juan de Nieva después, todo ello en la segunda mitad del siglo XIX, la población era tremendamente populosa y el movimiento de personas y mercancías era constante. A los dos aspectos dedicaremos nuestra atención en próximos artículos.

Solo en la explotación minera hubo periodos en los que se superaron los 300 trabajadores, a los que habría que añadir el de los empleados ferroviarios, primero en la Compañía del Norte y luego, en tiempos más próximos a nosotros, vinculados a RENFE. En consonancia con ello, el número de bares, establecimientos de ocio y tiendas de muy diverso tipo, era considerablemente superior al de los tiempos actuales, en los cuales sobreviven dos establecimientos hosteleros, uno en la propia población y otro en el Palacio del conde de San Antolín de Sotillo, a cuya arquitectura ya hemos dedicado un artículo.

Por eso no es en absoluto extraño que vividores de todos los pelajes acudieran al pueblo, especialmente en el día de cobro de los mineros, como se le ocurrió hacer a una compañía de variedades en 1919, generando un suceso que si no terminó en tragedia debió de ser por muy poco. De nuevo Ramón Rayón y sus publicaciones en la Revista Asturias, nos sirven para organizar el relato del acontecimiento.

Imagen de los años 60 de la calle principal de Villabona. Archivo Ayuntamiento de Llanera.

Atraídos por el dinero «caliente» de los mineros que lo habían recibido ese mismo día, llegó hasta Villabona una compañía de cómicos «acompañados de varias señoras de honor perdido», tal y como escribe Rayón «e inauguraron la función teatral». Y lo hicieron en todos los sentidos, estableciendo una entrada de 40 céntimos para poder acceder a la misma, y los criterios de acceso no debían de ser muy estrictos, en cuanto a la edad del público, ya que al parecer «entraron primero varios chiquillos que pagaron».

Sin embargo, con la función ya comenzada, en uno de los establecimientos públicos de la localidad cuyo nombre se nos oculta en la información, se dieron cita allí «innumerables mineros en completo estado de embriaguez, y como pretendían entrar gratis, alegando que el teatro estaba en un establecimiento público.» Lógicamente, la taquillera se opuso a tal pretensión, aunque los mineros no estaban por la labor de abonar la entrada, hasta que en un momento determinado «echaron mano a ésta y al resto de la compañía y no te digo lector lo que allí hubo: de todo menos de moralidad.»

Nos podemos imaginar el tumulto que se organizaría, no queremos ni pensar como terminaría el mobiliario del establecimiento y demás enseres, en medio del cual la compañía tuvo que salir por piernas en dirección a la estación ferroviaria, donde siguió la trifulca y «se dieron de palos, tiros y demás clases de instrumentos que integran esta clase de diversiones», saliendo los cómicos «a cincuenta por hora», una velocidad por otra parte nada desdeñable ya que era la que llegaban a alcanzar los trenes del momento.

El cronista no da cuenta de heridos o fallecidos en la trifulca, por lo que pudiera ser que todo se resolviera con magulladuras y algunos golpes. Rayón no puede evitar ironizar al final de su artículo, al recordar que entre los cómicos había una mujer «que adivinaba todo lo adivinable», y concluye preguntando al lector: «¿Qué te parece del modo de adivinar? ¿No pudo aquella señora saber lo que para ella y sus compañeros les estaba deparado, y así evitar el calvario sufrido?»

Revista Asturias, 22 de junio de 1919.

Fugas de la prisión municipal

Información de la que parece ser la primera fuga de la prisión municipal. El Comercio, 17 de octubre de 1899.

Al contar Llanera con una sede judicial le correspondía igualmente, tener una dependencia en la que albergar los detenidos por la Guardia Civil, antes de ser juzgados, bien en el juzgado municipal en el caso de delitos menores, bien en el provincial, para delitos más graves, es decir, que el calabozo, seguramente no sería más que eso, era únicamente para estancias de corta duración. Se trataba de una instalación, como veremos, de construcción precaria, y con unas condiciones higiénicas francamente deficientes, como también veremos.

Con este panorama, la primera y escueta noticia que tenemos de una fuga del centro de detención del municipio, la encontramos en las páginas de El Comercio, medio que el 17 de octubre de 1899 se hacía eco de una información publicada en El Diario de Avilés, en la que se decía que Manuel Rodríguez Valdés, alias «Chorín», quien ya se había fugado en el mes de septiembre de la Audiencia de Oviedo durante el traslado desde Avilés custodiado por la Guardia Civil, había hecho lo propio de la cárcel de Llanera, lo cual suponía que había vuelto a ser detenido por la Benemérita dentro del territorio de nuestro municipio, conducido a la capital, Posada, y de ahí volvería a poner pies el polvorosa, sin que sepamos las peripecias posteriores de «Chorín».

En los años 10 del siglo XX volverán a producirse sendas fugas, que pondrán de manifiesto la precariedad del calabozo municipal. En la Revista Asturias del 26 de diciembre de 1915, gracias a la pluma del secretario judicial, Ramón Rayón, leemos que la Guardia Civil del puesto de Posada detenía a Francisco Ortega por conducir una caballería sin la correspondiente guía, siendo sospechoso de haberla robado. Los agentes pusieron a Francisco a disposición judicial internándolo en la cárcel municipal. El presunto cuatrero aprovecharía la noche para «valiéndose de uno de los pies del camastro, empezó a abrir un boquete en la pared, de la parte posterior del edificio, consiguiendo hacer un agujero, por le cual salió fácilmente, logrando así evadirse de la prisión» nos cuenta Rayón, quien también nos dice que fue el empleado municipal, Enrique Rodríguez, la persona que notó su ausencia al dirigirse por la mañana a hablar con el detenido. La Guardia Civil, sin saber en qué dirección podría haberse fugado, se puso tras la pista y ahí termina la información que tenemos del hecho.

Revista Asturias, 11 de junio de 1916.

Más chusca sería la siguiente fuga de la que volvemos a tener noticia gracias a la crónica de Ramón Rayón, publicada en la Revista Asturias el 11 de junio de 1916. Gracias a ella sabemos que varios vecinos de la parroquia de Ables, recelosos ante dos desconocidos que transitaban a pie por ella conduciendo una novilla, decidieron pararles y, de alguna forma, conseguir que uno de ellos confesara que el animal era fruto de un robo que había cometido, ni más ni menos, que en la aldea de Agüerina, en el concejo de Belmonte, es decir, a unos 70 kilómetros de distancia.

Con esa información, los vecinos alertaron a la Guardia Civil procediendo a la detención de los dos sospechosos, Rafael Alonso Martínez, quirosano de Salcedo, quien se autoinculpó como autor de la novilla, y Francisco Pérez y Pérez, quien habría coincidido con el primero en San Cucufate, donde habrían emprendido el camino juntos al dirigirse ambos a Oviedo. Ambos fueron conducidos hasta la cárcel municipal.

Aquí dejo la palabra totalmente a Ramón Rayón y al expresivo párrafo con el que describe el momento de la fuga del ladrón de ganado: «Una vez en la cárcel de Posada, no le gustó al Rafael la topografía del pueblo ni el chalet donde lo hospedaron, pues por la noche se dedicó a trabajar y haciendo un hoyo por debajo de la puerta intermedia entre el depósito y archivo se fugó, sin que se sepa el rumbo pues no se lo comunicó ni al compañero de fatigas, según éste declaró. A la mañana siguiente el Alcalde [es posible que el término ‘alcalde’ sea una errata por ‘alcaide’ en el sentido de responsable del calabozo, dentro del tono chistoso con el que nos narra la noticia. En ese momento el alcalde era José Sala Cadamo], don Enrique Rodríguez Alonso mandó a que se enteraran de cómo habían pasado la noche, encontrándose con la celda completamente transformada y creyó al ver el terreno tan movido que se trataba de un terremoto.»

Lo simpático de la noticia no se quedó ahí, sino que a continuación, Francisco Pérez «(que no se fugó por no darle la gana)», empezó a decir que «era una persona de gran honradez e influencia», cuando la realidad era que era un mendigo de profesión, y que su detención iba a provocar serios disgustos, lo que le vale a Rayón para ironizar: «¡Acaso saldrá España de la neutralidad por tal detención!», en alusión a la postura que nuestro país había adoptado en relación con la Primera Guerra Mundial. La novilla quedó en depósito en la casa de Modesto Vázquez Rodríguez.

El Noroeste, 22 de junio de 1917.

Dentro del contexto de una huelga planteada por los trabajadores de la Fábrica de Explosivos de Cayés, un total de seis mujeres fueron detenidas en sendas redadas por números de la Benemérita, y conducidas al calabozo de Posada donde pasaron 24 horas detenidas antes de ser puestas de nuevo en libertad. Tal y como podemos leer en El Noroeste, todas ellas se quejaron con insistencia de las pésimas condiciones higiénicas existentes en un calabozo «que parece más propio para alojar animales que para pernoctar seres humanos.» Por ello, el cronista del periódico gibones no duda en pedir al alcalde que «se digne ordenar el arreglo y limpieza de dicho local.»

Extracto del acta del pleno del 3 de junio de 1922, en el que se acordó hacer obras en la cárcel municipal.

Una actuación de la que no hay constancia que el consistorio abordara hasta cinco años más tarde, algo que sabemos por el acta del pleno del 3 de junio de 1922, en la cual se acuerda «hacer una pronta reparación en la cárcel municipal, para instalar un camarote, un banco, y cerrar el recipiente para la salud de los detenidos, pues actualmente es insalubre, y se halla en pésimas condiciones el depósito.»