¿Un nuevo cementerio para Pruvia?

En el siglo XIX se va a producir la construcción o remodelación de muchos de los cementerios de nuestro país, una vez que el espacio en el interior de las iglesias, lugar habitual de inhumación, se va colmatando hasta el punto de obligar a cerrar un buen número de ellas al culto, debido a los malos olores generados por la acumulación de cadáveres en su interior.

La normativa que regula las construcción de camposantos obligaba a buscar terrenos en los que se pudieran excavar tumbas de al menos dos metros de profundidad, alejados de viviendas, que los vientos dominantes fueran contrarios a los lugares habitados para evitar la llegada de posibles olores, y que no hubiera corrientes de agua próximos que pudieran llegar a contaminarse y generar un problema de salubridad a la población que dependía para el suministro de agua de fuentes cuyas aguas son de origen subterráneo o de corrientes de agua superficiales de distinta entidad. De ahí la importancia de evitar que un cementerio pudiera llegar a contaminar ese suministro de agua, y evitar así enfermedades infectocontagiosas como el cólera o el tifus.

Nuestro concejo no fue inmune a esa tendencia a la construcción de nuevos camposantos, como podemos ver en las actas municipales de finales del siglo XIX, en las que podemos encontrar noticias acerca de, al menos, la intención de llevar adelante esas construcciones en al menos dos de nuestras parroquias, como son Pruvia y Villardeveyo. A la primera dedicaremos este artículo y dejaremos la segunda para uno próximo.

El 21 de diciembre de 1895, el alcalde dio cuenta en el pleno municipal de una queja de los vecinos de Pruvia acerca de las malas condiciones en las que se encontraba el cementerio «por ser insuficiente y hallarse completamente saturado de materia orgánica el actual», ante lo cual el pleno decide encargar al maestro de obras Ulpiano Muñiz Zapata el levantamiento del plano de la nueva necrópolis y convocar una reunión de la Junta Local de Sanidad.

Detalle del acta de fecha 21 de diciembre de 1895.

Parece una inocentada pero no lo es, decir que el 28 de diciembre se reunió la Junta Municipal de Sanidad para tratar un único punto del orden del día: el nombramiento de una comisión que tendría la misión de buscar un nuevo emplazamiento para el cementerio de Pruvia.

Unos días antes, el 25, el plenario municipal había acordado llevar adelante esa iniciativa, y ahora se acordó formar una comisión integrada por Froilán Menéndez Prado y Rafael Álvarez García, ambos miembros de la Junta Municipal de Sanidad, para que giraran una visita a la parroquia y analizar la idoneidad de una finca situada en Los Peñones y cerciorarse especialmente «si puede darse [a] las sepulturas el máximo de profundidad que está prevenido e informarse respecto a las condiciones ecológicas e higiénicas del terreno».

Acta de la reunión de la Junta Municipal de Sanidad del 28 de diciembre de 1895.

Esa Junta de Sanidad volverá a tratar el asunto el 18 de febrero del año siguiente, con el fin de que los dos encargados de estudiar el terreno presentaran las conclusiones extraídas en su visita, conclusiones que no pudieron ser más favorables ya que los vientos reinantes eran contrarios a las viviendas más próximas, el terreno permitía dar a las sepulturas profundidad suficiente y no existían corrientes de agua susceptibles de contaminación. Por todo ello la comisión «tiene el pleno convencimiento de que el punto elegido llamado los Peñones para el emplazamiento del cementerio tiene las más excelentes condiciones para el objeto, tanto de capacidad como higiénico».

Once días después de esa sesión, el alcalde, Ramón García Miranda y Ablanedo, popularmente conocido como Ramonín de Puga, informaba al pleno de la apertura del correspondiente expediente para seguir adelante con la tramitación administrativa que llevara a la construcción de nuevo cementerio de Pruvia, punto que fue aprobado por unanimidad por los concejales presentes, así como hacer una consignación presupuestaria en las cuentas municipales en una cantidad sin especificar, y elevar ese presupuesto al gobernador civil para que éste diera su visto bueno.

En esa sesión plenaria se informa de que la finca de Los Peñones tenía una superficie de 1.200 metros cuadrados, extensión que «permitirá dado el número de defunciones anuales que se calculan no ser necesario remober [sic] restos mortales durante un periodo de veinte años».

Acta de la sesión plenaria del 29 de febrero de 1896.

El gobernador civil fue sensible a la petición municipal, como se pone de manifiesto en el pleno del 11 de junio de 1896, en la que se afirma que el proyecto cuenta con el visto bueno del gobernador, por lo que se decide incoar un expediente de expropiación forzosa del terreno en el que está previsto levantar el nuevo cementerio, al no existir acuerdo con la propietaria del mismo y vecina de Oviedo, Amalia González de Candamo.

Como dijimos antes, se trataba de una finca de 1.200 metros cuadrados llevada en régimen de colonia entre José Casaprín y la propietaria de la misma, en la que además del espacio destinado al último descanso de los fallecidos, se tenía previsto levantar un depósito de cadáveres, una capilla y una casa para el capellán. Lamentablemente, de este asunto no ha quedado más rastro en la documentación de las actas de los plenos municipales o de la Junta de Sanidad.

La posible construcción de un nuevo cementerio en Pruvia se trató por última vez en el pleno del 11 de julio de 1896.

Un conflicto entre los vecinos de la parroquia y su párroco en 1919, y del que se hizo eco el periódico El Noroeste, nos aporta otra información importante acerca de este camposanto y que no es otra que el mismo no era propiedad De la de la iglesia, sino que la misma recaía en los vecinos al haber sido ellos quienes habían levantado el mismo, como pone de manifiesto el vecino Florentino Pardo Trabanco en la carta que aparece publicada en la edición del 31 de octubre de 1919, explicando como el cura Jesús González, quiso conceder la propiedad de una de las tumbas a un vecino de la parroquia lo que levantó las protestas de los vecinos, al considerar que el párroco estaba ejerciendo un derecho que no le correspondía, impidiendo con ello, además, que pudieran enterrarse los restos de la hija de un convecino.

Por lo que afirma Florentino en su carta, el párroco reaccionó de forma poco educada y, al parecer, respondió a los vecinos diciendo: «Me tratan ustedes como a un monterilla, y quiero decirles que el cura de Pruva no teme más que a Dios y a las moscas». Vista la situación, lo vecinos giraron visita al obispo del que obtendrían finalmente el reconocimiento de la propiedad vecinal del cementerio y solución al problema.

Carta del vecino de Pruvia Florentino Pardo Trabanco publicada en El Noroeste el 31 de octubre de 1919.

La Colonia Industrial, un antecedente industrial en Pruvia

Plano de la Colonia Industrial proyectada en Pruvia. Diario Región, 6 de febrero de 1931

Ya es casi un tópico que al hablar de Llanera salga a relucir la privilegiada situación geográfica en la que se encuentra, pero eso no hace menos cierta esa afirmación, que viene siendo válida desde que los primeros grupos humanos deambularon por estas tierras, y que luego los romanos convirtieron en un centro neurálgico de su red de calzadas en la región y, ya en el siglo XIX fue ratificada por los nudos ferroviarios de Lugo y de Villabona. En tiempos más cercados el cruce de autopista con autovías y carreteras nacionales, no han sino ratificar ese privilegio geográfico del que disfrutamos.

Lógicamente, los industriales también se dieron cuenta de ello como demuestra la sucesión de noticias que podemos leer fundamentalmente en el diario Región, entre los días 3 y 6 de febrero de 1931, haciéndose eco del interés de medio centenar de productores de bebidas alcohólicas, por abandonar sus ubicaciones en Oviedo para trasladarse a lo que denominaron «colonia industrial», ubicada en terrenos de Pruvia, al pie de la carretera hacia Gijón, y cuyo plano reproducimos en la imagen con la que abrimos este artículo.

Región, 3 de febrero de 1931

La iniciativa de crear esta suerte de antecedente de los polígonos industriales, partió de Sotero Pérez, a la sazón presidente de la Agremación de almacenistas de vinos y fabricantes de licores de Asturias, quien calificó el proyecto como una «necesidad imperiosa», con la idea de «expandir su radio de acción sin las trabas sistemáticas de la que es objeto». Un proyecto además, como escribe el anónimo redactor de Región «responde en todo a las necesidades de la vida industrial moderna que exige gran radio de acción economía para el desenvolvimiento de los negocios».

Con el fin de analizar la viabilidad del proyecto, la junta directiva de la asociación empresarial decide nombrar a cuatro de los asociados, Bonifacio Gutiérrez, Rafael González, Andrés Alonso y Waldo Balbuena, para que hagan estudios y gestiones para que de ahí salga un proyecto «definitivamente realizable».

Región, 4 de febrero de 1931

En las páginas del 4 de febrero, podemos leer en las páginas del mismo diario, una entrevista con el presidente de los almacenistas y productores de bebidas alcohólicas, en la que desgrana algunas de las razones que llevan a la asociación a construir esa colonia industrial en Llanera. Así, apunta hacia unos impuestos excesivos que se pagan en Oviedo: «Nos aplastan, aún no hemos salido de unos, encauzando nuestras actividades, cuando ya se establecen otros», subidas que terminan repercutiendo en el precio de sus productos al público.

Con el trasladado, el presidente de los empresarios, calcula un gran ahorro para las contabilidades empresariales, habida cuenta de que los impuestos de un año en Llanera eran una décima parte de los que se veían obligados a pagar en la capital asturiana

Para llevar adelante la construcción de la infraestructura, Sotero Pérez desvela que se encargaría de ello una sociedad catalana, que sería tanto la encargada de comprar los terrenos como de levantar los almacenes, de tal forma que «ni los fabricantes ni los almacenistas tendrán que hacer ningún desembolso previo», y el pago sería «mensual, contra letras aceptadas».

El colectivo empresarial ya se habría puesto en contacto con el Ayuntamiento de Llanera, para trasladarle la idea, y el presidente afirma en la entrevista que el alcalde les había dado toda clase de facilidades, apuntando hacia unos terrenos considerados como idóneos en la zona de Las Cabañas.

Región, 5 de febrero de 1931

Lógicamente, el periódico ovetense se puso en contacto con el regidor de la capital con el fin de pulsar su opinión al respecto. En ese momento, ocupaba el sillón de primer edil de forma interina, Antidio Mauri. Preguntado por el periódico, Mauri, también presidente de la Comisión de Hacienda del ayuntamiento, manifestó que el traslado de los industriales a Llanera no iba a tener ninguna repercusión negativa en las arcas municipales, ya que «sólo tributan por las ventas que hacen dentro del concejo; la mercancía que expenden para otros concejos no satisfacen por ella arbitrio de ninguna especie».

En La Voz de Asturias, que ese mismo día se hace eco del proyecto de los industriales ovetenses, se recogen algunas declaraciones más del alcalde accidental al respecto. Además de insistir en el hecho de que los industriales pagan por las bebidas que venden, añade que «de seguir abasteciendo a la clientela que tengan en el concejo de Oviedo, no tendrán más remedio que pagar. Los perjuicios, en todo caso, serán para ellos, que tendrá que pagar transportes».

La Voz de Asturias, 5 de febrero de 1931

A esas declaraciones del alcalde ovetense, responde Sotero Pérez de nuevo desde las páginas de Región al día siguiente, y entrando en el desglose de gastos, afirma que el Oviedo las tasas impositivas les suponen un desembolso supresión a las 8.500 pts., mientras que en Llanera se quedarían en poco más de 3.400 pts., suponiendo un ahorro anual en torno a las 5.200 pts. Ahorros que permitirían a los fabricantes de licores «amortizar sus almacenes en 5 años y a los expendedores de vinos en 10 años».

Unos almacenes cuyo coste cifra en 15.000 pts. sin contar el precio del solar, por lo que el montante final «echando muy por largo, no subiría de veinticinco mil pesetas cada uno», en palabras de Sotero Pérez, quien también desvela que la colonia se proyectaba construir sobre una superficie rectangular de 300 metros cuadrados «con comunicación directa a la carretera que va de Biedes a La Campana, la cual enlaza con la de Oviedo-Avilés, y prosigue a unirse con la de Adinero-Gijón, en el punto conocido por Pruvia».

Asimismo, se tendría que construir una vía ferroviaria de 275 metros de longitud que uniera el tendido del Ferrocarril del Norte con la colonia industrial. Una obra cuyo coste no desvela al «hallarse supeditado a los gastos de expropiación, facilidades otorgadas por la Compañía y trámites complementarios acerca de la División de Ferrocarriles».

Región, 6 de febrero de 1931

No cabe duda de que este es el antecedente, si bien fallido porque no hay constancia de que este proyecto finalmente se llevara a término, de la posterior relevancia que tendrá Pruvia en el establecimiento de empresas industriales, de servicios y de hostelería que se fueron instalando en la zona en las décadas posteriores a la Guerra Civil, si bien no de una forma tan clara y planificada como se quiso llevar a cabo en ese año de 1931.

Las escuelas del concejo en el siglo XIX (2)

Apertura del acta del pleno municipal del 30 de abril de 1898.

En julio del año pasado escribí un primer artículo dedicado a la situación de las escuelas en el concejo en la siglo XIX, que se puede leer pinchando aquí, y anunciaba un segundo referido al contenido de un informe elaborado por el inspector educativo, Dimas Rojas González, en el año 1898.

Este documento de especial interés para nuestro concejo, lo conocemos gracias a que se leyó en el transcurso de un pleno monográfico sobre el asunto, que se celebró el 30 de abril de ese año, cuyas actas se conservan en el archivo municipal de Llanera. En ese informe se recorre la situación de los centros educativos y del mismo se aprecia claramente el nivel de deficiencia que existía en las mismas.

El inspector quedó muy poco satisfecho de su visita a las escuelas del concejo, como aparece expresado de forma muy clara en el arranque del acta municipal: “Que tan disgustado se halla a causa del nada satisfactorio estado de la casi totalidad de las escuelas del concejo que no puede por menos de significarlo a esta Corporación en primera línea, si bien con harto sentimiento y por obligar a ello el cargo que desempeña”.

Escuelas de Sta. Cruz y de Pruvia.

Empezando por la parroquia que acoge a la capital municipal, Rondiella, el inspector encuentra «deficiencias reglamentarias en los registros» y señala la falta de asistencia de los alumnos en una escuela de grado elemental. En el caso de Arlós, un total de 79 niños y 57 niñas, de los cuales acuden regularmente 70 entre ambos sexos, comparten un espacio de apenas 17 metros cuadrados. Con razón el inspector afirma que es imposible dar clase en esas condiciones, además de encontrar malas las condiciones higiénicas con un aire viciado en el interior. Además, incidió en el aspecto legal de no estar permitida la enseñanza mixta en las escuelas elementales y en las parroquias de más de 800 habitantes, como era el caso, era obligatorio contar con una escuela de niñas. Ante la situación, el inspector decidió enviar para casa a las niñas presentes, un total de 21.

Sin embargo, entiende que “la instrucción de los niños se extiende á la que en la generalidad de las asignaturas del grado elemental y está en buen estado relativamente á las muchas faltas de asistencia”.

Fragmento del acta del 30 de abril de 1898.

En Santa Cruz, parece que el principal problema que observa Dimas Rojas, es la falta de nivel educativo, de tal forma que amenaza al maestro con la jubilación en el caso de que en próxima visita la situación no haya mejorado. Tampoco sale bien parado el docente de Pruvia, quien, en opinión del inspector, no sigue los criterios pedagógicos ni respeta el reglamento. En Lugo aprecia problemas de salubridad y masificación, además de encontrar a niños y niñas compartiendo el mismo espacio, aún habiendo una escuela específicamente para niñas. Claro que esta última tenía unas dimensiones de 3,08 m por 2,08 m. para 56 alumnos (22 niños y 31 niñas), todos ellos respirando un aire insano. Mandó marchar a los niños.

Mejor iban las cosas por Bonielles, gracias a un maestro activo y que «se esfuerza para que los niños aprendan» a pesar de que su titulación es la más básica posible. Todos sus alumnos saben leer, no todos saben escribir y muy pocos tienen conocimientos de aritmética según el inspector. Las escuelas de San Cucufate y de Ables recibirán la visita de la junta, previsiblemente la de Primera Enseñanza, por lo que se deja para esa visita la elaboración del informe sobre su situación, aunque de la primera se dice que está «en estado regular».

Fragmento del acta del 30 de abril de 1898.

En Cayés, Rojas González, encuentra que el maestro cumple «regularmente» con su cometido, mientras que en Ferroñes el docente «es trabajador y sus alumnos obtienen resultados», lo que convierte a su escuela en un centro de atracción de alumnos procedentes de otras parroquias vecinas, lo que demuestra la existencia de una cierta preocupación por parte de las familias de enviar a sus hijos a la escuela en la que podían obtener mejores aprendizajes.

Finalmente, Villardeveyo da la impresión de rozar el desastre más absoluto, ya que a pesar de tener un maestro con formación superior, no había ni organización ni método, tampoco había libros para uso de los alumnos y el material disponible era muy escaso mientras que la asistencia era muy baja. Ante el inspector, el docente explica que se lleva dos meses delicado de salud, disculpa que no impide que sea amonestado por el inspector, quien termina recomendando al ayuntamiento que se lleven a cabo exámenes anuales a todos los alumnos y se vigile la administración del material para evitar abusos.

Al final de la sesión plenaria, el alcalde, Ramón García Miranda y Ablanedo, da las gracias al inspector “por lo bien que se enteró de la enseñanza de las escuelas de este término municipal”, y se ofreció, de acuerdo con la junta local a “corregir todas las faltas y cuenta con todos los maestros que si bien hay algunos que no responden á los sacrificios que este Ayuntamiento hace por la enseñanza, sin embargo en su mayoría son celosos”, y se espera que en próximas inspecciones la imagen que se lleve el inspector de las escuelas del concejo, haya mejorado.

Fragmento del acta donde se mencionan las escuelas de Cayés, Ferroñes y Villardeveyo.

Los expedientes de reconstrucción de iglesias tras la Guerra Civil: Santiago de Pruvia

Iglesia de Santiago de Pruvia.

Su construcción se data entre los siglos XVI y XVII, primero como capilla de la familia Rodríguez de Pruvia, cuya casa solariega se encuentra muy próxima a ella, y más tarde como iglesia parroquial desde que en 1893 Pruvia adquiriera entidad propia, al producirse su separación de la parroquia de santa María de Lugo, pasando así Llanera a contar con las once entidades parroquiales con las que cuenta en la actualidad.

Portada del proyecto de restauración de la iglesia tras la Guerra Civil.

El aspecto externo de la iglesia se encuentra muy modificado, resultando de mucho mayor interés el interior del templo, donde se conservan dos escudos de la familia Rodríguez a los lados del arco de triunfo, y otro más rematando un camarín con una inscripción que reza: “Esta capilla y retablo y la a ella colateral es de Alonso Rodríguez de Prubia i María Ximénez de Valenzuela su muger que la fundaron e hizie hizieron a su costa i dieron todos los hornamentos dotáronla en trexientos ducados de principal que rescibieron los bezinos de Prubia a cuia cuenta está el manometerlos año de 1619”. De la familia Rodríguez pasará a ser propiedad de los Candamo.

Inscripción que recuerda que fueron Alonso Rodríguez de Pruvia y su mujer, María Jiménez de Valenzuela, los promotores de la iglesia en el año 1619.

Esta iglesia también sufrirá destrucción durante la Guerra Civil, de tal forma que en enero de 1940 se hace la petición de subvención con el fin de volver a reconstruir el edificio. En este caso, el autor del proyecto fue el arquitecto, Francisco Saro, quien planteó una serie de trabajos destinados a revertir “los grandes desperfectos que a continuación reseñamos; destrucción total de las cubiertas, pórtico, tribuna y portería tanto interior como exterior, quedando únicamente en pie los muros y estos con desperfectos”.

Presupuesto para la restauración de la iglesia.

Las obras, señala el arquitecto, iban a estar dirigidas a adaptarse “en lo posible a lo que fue un día iglesia parroquial de Pruvia”, utilizando para ello un sistema constructivo habitual “atendiendo con ello a la fácil ejecución y economía”. El listado de trabajos a realizar incluye “muros de mampostería ordinaria, cubierta entramado de madera con las firmas vistas al interior, tablero de rasilla poblado de teja curva, el Presbiterio con bóveda por arista acusándose los arcos ojivos, en el pórtico soportes de madera con zapatas del mismo material y basas de piedra artificial; el pavimento actual de losas de piedra se encuentra en bastante buen estado exijiendo [sic] solo una pequeña reparación”. 

Detalle de la bóveda en la zona del altar.

El presupuesto previsto para llevar a cabo todos esos trabajos fue de 24.672,67 pts. Era enero de 1941. Desde la oficina técnica de la Comisión de Oviedo de Regiones Devastadas, en febrero del mismo año, tanto el arquitecto Juan Vallaure, como el arquitecto jefe, José Francisco de Zuvillaga, dieron por bueno el presupuesto e informaron favorablemente el expediente de reconstrucción nº 2427. Un mes después, la Comisión da también su visto bueno a esa cantidad y en abril hará lo propio el obispado remitiendo el expediente al Ministro de Justicia.

Memoria del proyecto de restauración.

Eso no fue óbice para que en junio de 1943, el ecónomo Ramón Sampedro Peláez, no tuviera que responder a un cuestionario, a través del cual nos hacemos una idea de lo que habían avanzado, poco, las obras de reconstrucción del templo. Así, sabemos que las paredes de la iglesia se habían aguantado el intento de destrucción, mientras que la cubierta únicamente se había hecho una provisional y todavía no se había actuado sobre la cubierta ni de la sacristía ni del pórtico, en el pavimento aún no se había hecho ninguna actuación, aunque como hemos visto, el informe del arquitecto decía que estaba en bastante buen estado.

Escudo de armas en el interior de la iglesia.

Hasta ese momento la inversión realizada era de 4.875 pts. Esa era la cantidad que contaba con justificación, ya que había otra cantidad que no se especifica en el cuestionario carecía de ella, toda vez que el “constructor Sr. Álvarez Nieto deja mucho que desear en sus procedimientos respecto de su cometido”, frase de la que se deduce el descontento del ecónomo con el responsable de la obra.

Ese cuestionario fue respondido en el mes de junio de 1943 y después de otros documentos de menor entidad resueltos a lo largo de ese año, llegamos a 1950 con las obras aún por terminar, como desvela la carta remitida por Marcelino Ramos Fernández, coadjutor de la parroquia de san Juan el Real de Oviedo y párroco de la de Pruvia, al director general de Regiones Devastadas.

Cuestionario sobre el estado de las obras en 1943.

Una carta en la cual se dan informaciones muy interesantes, al respecto del aspecto original que tenía la iglesia antes del incendio sufrido en 1936. En ella se explica que el retablo del altar mayor “era de madera de caoba traída de América, con algunas imágenes de verdadero valor artístico”, y que el techo estaba cubierto por frescos. El párroco explica que los descendientes de la familia que había patrocinado la construcción en el siglo XVII, están “cooperando en la medida de sus posibilidades a su reconstrucción y culto”. Todos esos argumentos le valen al párroco para tratar de llamar la atención sobre un templo que no es “una de tantas iglesias de aldea sin mérito alguno por lo que es más de lamentar el mal estado en que se encuentra”.

Para llevar a cabo la culminación de las obras, considera insuficiente la subvención concedida por la dirección general por importe de 20.000 pts, por lo que la obra aún no se ha podido finalizar. De hecho la iglesia carece en ese momento, según se recoge en la carta, sin cielo raso “y en un estado de desmantelamiento y desamparo que aleja a los fieles de la asistencia a los Oficios Divinos”, unos fieles a los que no duda en calificar como “aldeanos ignorantes, a los que por desgracia, es necesario atraer además de con la palabra de Dios, con el culto en un ambiente que les mueva a devoción y del que hoy carecen”.

En 1950 las obras seguían sin haber sido terminadas.

Con el fin de poder terminar las obras iniciadas en la nave y la construcción del altar mayor “desde luego más modesto que el anterior”, serían necesarias, según los cálculos del párroco, unas 70.000 pts, sin duda, un presupuesto muy alejado de aquellas algo más de 24.000 pts presupuestadas siete años antes, en 1943.

Esa es toda la información contenida en el expediente. Los visitantes de hoy podemos todavía disfrutar del interior de una iglesia con enorme interés, con los escudos de la familia Rodríguez, el camarín y una hermosa bóveda de crucería, aunque, lamentablemente, ni el retablo ni las pinturas se han conservado.

Llanera en la invasión napoleónica a través de las cartas del general Bonet

Puente de Cayés en la década de 1900.

En el ya lejano año de 1995, Perfecto Rodríguez Fernández, profesor de la Universidad de Oviedo, ya jubilado, publicó en la editorial gijonesa Auseva, un libro titulado «Cartas del general Bonet sobre la Guerra de la Independencia en Asturias (enero-abril de 1810)», en la que recoge varios centenares de cartas escritas por Bonet a sus subordinados durante esos meses, en 24 de las cuales se encuentran referencias al municipio de Llanera, en las cuales se pone de manifiesto la importancia estratégica que tenía el puente de Cayés, en las comunicaciones entre Oviedo y Gijón, pasando por La Venta de Puga, por lo que la presencia de tropas francesas en esos dos puntos va a ser más que regular.

En ese año de 1810, en enero, el general Bonet recibe la orden de Napoleón de dirigirse desde Santander hacia Asturias y tomar Oviedo. Eso fue el día 20 y después de superar la oposición que le pudieron ofrecer las tropas asturianas, el día 31 entraba en la capital asturiana y el 7 de febrero, los franceses hacían lo propio con Gijón, y el 7 de febrero Bonet escribe la primera carta (la número 88 en la recopilación de Perfecto Rodríguez), en la que se menciona una población de nuestro municipio.

Portada del libro escrito por Perfecto Rodríguez Fernández.

Se trata de La Venta de Puga, en la parroquia de Pruvia, muy cerca de la población gijonesa de Veranes, y punto importante en la carretera que une Gijón con Oviedo. En esa carta, Bonet le indica al coronel Cretin, acuartelado en la villa de Jovellanos, que «no se olvide de la compañía que se halla en la Venta de Puga», señal inequívoca de la presencia de tropas imperiales en el solar de Llanera. Unos días más tarde, ante el conocimiento de los movimientos que estaba llevando a cabo el guerrillero apodado El Marquesito, ordenará el envío de tropa a Puga para intentar obtener mayor información al respecto.

Lógicamente, para asegurar la viabilidad de las comunicaciones, los puentes son infraestructuras de gran relevancia, y de ahí que el 14 de febrero, ordene al coronel Gauthier que el batallón del comandante Lustringer envíe un destacamento a Cayés, mientras que una compañía de granaderos del 118 se instalará en el puente de Colloto. Unas tropas que dejarán sentir su presencia también en la parroquia de San Cucufate, hasta donde llegaban las patrullas que Bonet enviaba desde Oviedo, como señala en una carta fechada el 23 de febrero de 1810.

Puente y molino de Cayés en la década de 1910.

La situación inestable en el frente asturiano, hizo que Bonet tuviera abiertas las posibilidades de tener que retirarse hacia Pola de Siero, como así tendría que terminar haciendo, y en otra misiva valoraba la posibilidad de retirarse desde San Cucufate hacia Cayés, puente que como el de Brañes, estaba controlado por sus tropas, y las patrullas entre ambos puntos del municipio de Llanera eran diarias sin encontrar ninguna oposición armada.

En el mes de marzo, el general ordena el despliegue de 30 soldados y un oficial en Cayés, con la misión de proteger el puente colocando un puesto en altura para controlar la posible llegada del enemigo desde la vecina San Cucao. Considera suficiente ese contingente y otros desplegados por zonas próximas «al no estar el enemigo presente en esta parte y no tener más que algunos campesinos para combatir en esa zona». Lo que no va a ser óbice para que en marzo, en una carta enviada al comandante Lustringer, muestre cierta alarma por la presencia de ocho jinetes procedentes, supone él, de Pravia.

La Ponte, Cayés.

Días después, Bonet reforzará la guarnición del puente de Cayés con un total de un centenar de hombres y un oficial, con la misión añadida de hacer reconocimientos diarios hasta San Cucufate. Eran tropas del regimiento 118 y la orden se cursó el 11 de marzo. Sin embargo, una semana más tarde, tal vez por la necesidad de reunir tropas para hacer frente a la amenaza de las tropas asturianas, reduce la necesidad de hombres en Cayés a medio centenar.

Al día siguiente, 19 de marzo, el general Bonet se congratula por la llegada del comandante Lustringer con su batallón, y le ordena enviar al día siguiente por la mañana, la mitad de sus tropas a efectuar un reconocimiento a San Cucufate, mientras que la otra mitad tenía que ocupar las alturas que dominan el puente de Cayés. Unas órdenes que no se cumplieron con exactitud y el general muestra su disgusto con el comandante en una misiva que le remite el día 20 de marzo y el 29, le insiste al coronel Duclos, sobre la necesidad de ubicar un centenar de hombres para proteger el puente cayesino y la aldea de La Corredoria.

La Venta de Puga.

En las últimas cartas en las que se menciona a poblaciones de Llanera, será La Venta de Puga la protagonista, primero para ordenar al coronel Cretin el envío de un destacamento para asegurar la correspondencia. Eso el 31 de marzo, mientras que el 6 de abril ordena el regreso de ese destacamento, que sería relevado, al día siguiente, por otro que permanecería únicamente hasta las nueve de la mañana.

La última de las cartas relacionada con nuestro concejo, está fechada el 23 de abril de 1810, y en ella le pide a Cretin que aumente en una compañía el regimiento 118, hasta La Venta de Puga, punto clave para mantener abierta la ruta de comunicación entre las dos principales ciudades asturianas.